Erase que se era…
Bueno, así empezaban antes los cuentos, este, que es del año pasado y tiene un poquito de mar de fondo, prefiere empezar diciendo:
En ValdeMurillo, un pueblo que ha perdido bastante de su "serranía", tomó su nombre por una veterana y antigua costumbre vecinal, la de separarse de sus vecinos por muros de más de dos metros, no se sabe muy bien si para protegerse unos de los otros o para no verse despeinados por la mañana.
Tiene
este pueblito sus calles nuevas, de rojo y gris, al mismo nivel, sin aceras
levantadas y con unos bolardos marineros que te quitan los cascabeles a nada
que te descuides. Volvamos al cuento que se me va la olla.
Allá,
por los sesenta, empezaron a construirse en este pueblito unas cuantas urbanizaciones,
por obra y gracia de unos cuantos mandamases y algunos colegas
con pasta y bastante avispados, tanto, que cuando los confiados paisanos, los
que compraron las parcelas, se despistaron un poco, los “bienaventurados”
promotores convinieron con el Ayuntamiento en convertir a estos “pobriños”
ignorantes en Entidades Urbanísticas de Colaboradoras de Conservación. Todas
tenían redes de agua sanitaria de fibrocemento o uralita de la época. Redes que
hay que renovar necesariamente después de cuarenta años y más.
Lo
que sigue, me lo contaron a la luz y al calor de una hoguera, a eso de las tres
de la mañana, el 22 de diciembre de 2017, con una copa de cava en una mano y en
la otra una chuletilla, más sabrosa que la puñeta. Comprenderéis qué en tal
situación, a lo mejor confundo las churras con las merinas, pero algo parecido
a lo que sigue es lo que escuché o lo que recuerdo, vete a saber.
Erase una vez una
urbanización mojada, por más señas, cerca de un arroyo a medio limpiar, que
quiso renovar su red de agua. Quisieron hacerlo con poca pasta, un tanto barata
y, ya se sabe, las cosas cuestan lo que cuestan, pero, nadie quiere soltar ni
un centavo. Con tal motivo, celebraron una asamblea, asistieron unos cuantos
vecinos, como siempre, cuatro gatos, y aprobaron hacer la obra.
Ya sabéis que siempre
aparece algún “desgraciao” que se opone, esta vez no por no querer renovar la
red, si no, porque, el muy atrevido, quiere hacerla con la normativa del
Canalillo ¡Ese no, el otro! No contento con manifestar su opinión, demandó del
Ayuntamiento de ValdeMurillo su tutela. ¡Cóño! ¡Pues, no van y le hacen caso! Creo
que lo han “dejao” para el arrastre.
Cuenta,
cuenta, que me tienes en ascuas, como esas de la lumbre, le dije al
cuentacuentos.
Entonces, muy
preocupado, me dice: Hemos tenido varias reuniones y nos piden que tenemos que
hacer la obra conjuntamente con unos vecinos esperanzados, además, en cada
reunión parece que nos suben el presupuesto, ya van por más de un millón.
¿De
euros? Pregunto.
Sí, sí. Lo peor es que
nos proponen una empresa para que haga la obra.
¡Venga
hombre! ¿Estás de cachondeo? No puede ser.
En
esto, alguien del corro grita ¡Chicos, que son las cuatro, vámonos a dormir! Y
me quedé sin saber cómo terminó el cuento de este 22 de diciembre del 2017, día
que pasará a la historia como aquel en que, medio hicieron las paces, un par de
dos muy diferentes, pero con una idea clara “trabajar por el bien de la gente
de la urbanización mojada”. El que
quiera entender que entienda.
Cuando
me entere de cómo termina este cuento, prometo que os lo haré saber y podremos
decir todos juntos aquello de “colorín
colorado, este cuento se ha acabado”.
Pasadlo bien. Andrés
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