miércoles, 10 de enero de 2018

CUENTO DE NAVIDAD

Erase que se era…                                                                                       
                
Bueno, así empezaban antes los cuentos, este, que es del año pasado y tiene un poquito de mar de fondo, prefiere empezar diciendo:

En ValdeMurillo, un pueblo que ha perdido bastante de su "serranía", tomó su nombre por una veterana y antigua costumbre vecinal, la de separarse de sus vecinos por muros de más de dos metros, no se sabe muy bien si para protegerse unos de los otros o para no verse despeinados por la mañana.

Tiene este pueblito sus calles nuevas, de rojo y gris, al mismo nivel, sin aceras levantadas y con unos bolardos marineros que te quitan los cascabeles a nada que te descuides. Volvamos al cuento que se me va la olla.

Allá, por los sesenta, empezaron a construirse en este pueblito unas cuantas urbanizaciones,  
  
por obra y gracia de unos cuantos mandamases y algunos colegas con pasta y bastante avispados, tanto, que cuando los confiados paisanos, los que compraron las parcelas, se despistaron un poco, los “bienaventurados” promotores convinieron con el Ayuntamiento en convertir a estos “pobriños” ignorantes en Entidades Urbanísticas de Colaboradoras de Conservación. Todas tenían redes de agua sanitaria de fibrocemento o uralita de la época. Redes que hay que renovar necesariamente después de cuarenta años y más.

Lo que sigue, me lo contaron a la luz y al calor de una hoguera, a eso de las tres de la mañana, el 22 de diciembre de 2017, con una copa de cava en una mano y en la otra una chuletilla, más sabrosa que la puñeta. Comprenderéis qué en tal situación, a lo mejor confundo las churras con las merinas, pero algo parecido a lo que sigue es lo que escuché o lo que recuerdo, vete a saber.

Erase una vez una urbanización mojada, por más señas, cerca de un arroyo a medio limpiar, que quiso renovar su red de agua. Quisieron hacerlo con poca pasta, un tanto barata y, ya se sabe, las cosas cuestan lo que cuestan, pero, nadie quiere soltar ni un centavo. Con tal motivo, celebraron una asamblea, asistieron unos cuantos vecinos, como siempre, cuatro gatos, y aprobaron hacer la obra.


Ya sabéis que siempre aparece algún “desgraciao” que se opone, esta vez no por no querer renovar la red, si no, porque, el muy atrevido, quiere hacerla con la normativa del Canalillo ¡Ese no, el otro! No contento con manifestar su opinión, demandó del Ayuntamiento de ValdeMurillo su tutela. ¡Cóño! ¡Pues, no van y le hacen caso! Creo que lo han “dejao” para el arrastre.

Cuenta, cuenta, que me tienes en ascuas, como esas de la lumbre, le dije al cuentacuentos.

Entonces, muy preocupado, me dice: Hemos tenido varias reuniones y nos piden que tenemos que hacer la obra conjuntamente con unos vecinos esperanzados, además, en cada reunión parece que nos suben el presupuesto, ya van por más de un millón.

¿De euros? Pregunto.

Sí, sí. Lo peor es que nos proponen una empresa para que haga la obra.

¡Venga hombre! ¿Estás de cachondeo? No puede ser.

En esto, alguien del corro grita ¡Chicos, que son las cuatro, vámonos a dormir! Y me quedé sin saber cómo terminó el cuento de este 22 de diciembre del 2017, día que pasará a la historia como aquel en que, medio hicieron las paces, un par de dos muy diferentes, pero con una idea clara “trabajar por el bien de la gente de la urbanización mojada”. El que quiera entender que entienda.


Cuando me entere de cómo termina este cuento, prometo que os lo haré saber y podremos decir todos juntos aquello de “colorín colorado, este cuento se ha acabado”.


Pasadlo bien. Andrés

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